Dana Alessi: “Hay que focalizar a dónde uno quiere ir y accionar”
Carismática y risueña, Dana Alessi se define a sí misma como una artista visual y diseñadora. Cree que esos dos términos engloban de la mejor manera posible su trabajo y todos sus proyectos. Sea a través de una colección de ropa, pintando murales o haciendo pegatinas para distribuirlas por las paredes de Buenos Aires y Europa, la vida de Dana está empapada de arte. Y, en realidad, siempre lo estuvo: sus papás pintan “desde siempre” y, desde que era una nena de cinco años creciendo en Carapachay, un barrio de la zona norte de Buenos Aires, su mamá se encargó de llevarlas a ella y a su hermana a clases de pintura, a recorrer museos, centros culturales, etc.
Estudió taller y técnica hasta los quince años, cuando se tomó un receso del arte: estaba en esa edad adolescente en la que uno no sabe exactamente lo que quiere y “hace la suya”.
Su formación como artista y persona estuvo – y está – marcada por dos viajes: un intercambio cultural a los diecisiete años cuando terminó el colegio y un viaje por Europa un par de años después de haberse recibido como diseñadora de indumentaria en la FADU.
El intercambio cultural lo hizo gracias a que su familia pertenecía a un club de la Rotary International, una organización no gubernamental que ofrece un intercambio a jóvenes que quieren conocer otras culturas. Ella decidió irse a Estados Unidos por tres meses y considera que su tiempo allá la ayudó a “eliminar esos prejuicios que generalmente tienen los adolescentes”.
Cuando volvió, era momento de elegir una carrera y, aunque le interesaba el arte y pensó en estudiar algo en el IUNA, no se hallaba en esa institución. En esa época, ya se hacía su propia ropa; su mamá, que siempre había abogado por el “hazlo vos mismo”, le había enseñado a coser en la misma máquina que Dana sigue usando hasta hoy en día. Se decidió, entonces, por diseño de indumentaria en la FADU. Además, su hermana estudiaba arquitectura en esa universidad y, al verla, le parecía “muy copado”. Pero, cuando hizo toda la carrera y trabajó un poco en el medio, comprendió que no le gustaba esa vida de oficina.
Al final de la facultad, el arte había empezado a resonar de nuevo en su vida. Se dio cuenta de que no necesitaba aprender más técnica, sino algo que la formase más. Empezó, entonces, a hacer clínica de arte con Diego Perrotta: era un seguimiento que la ayudaba a ver para dónde ir con su obra. “Eso, combinado con mi último año – cuando hice la tesis –, fue un tiempo muy fuerte y lleno de información”, cuenta Dana.
Cuando se recibió en el 2012, empezó a trabajar como vidrierista; es decir, se encargaba del lay out de las vidrieras y también de la decoración del interior de los locales de una marca para niños. En un principio, este trabajo era ideal, ya que funcionaba solo como una capa más de su vida: al mismo tiempo, seguía haciéndose su propia ropa, yendo al taller, pintando en su casa; pero, en un momento, empezó a ocuparle más tiempo del que quería y se cansó. Se puso en marcha, entonces, el segundo viaje que marcaría su vida: ahorró, renunció y se fue a Europa en mayo del 2014 con la excusa de ir a visitar a los amigos que se había hecho durante su intercambio cultural.
Durante aquella época en su vida, el arte seguía siendo muy importante y había empezado a intrigarle el aspecto callejero que este puede tener: en la clínica de arte descubrió lo multifacético que es el arte, gracias a que Diego Perrotta no solo pintaba en su casa, sino que también hacía murales; y eso a ella le llamaba la atención. Se preguntaba qué le pasaba a aquella persona que decide pasar horas en la calle pintando una pared. Entonces, antes de irse, diseñó unas pegatinas e imprimió diez para pegarlas por las paredes europeas y llevar a cabo lo que ella llamó “Misión Europa”. Tímidamente se fue introduciendo en el arte de la calle: empezó con las pegatinas porque todavía no se atrevía a pintar murales; además, para ella, esas pegatinas eran como dejar su huella.
“Me descubrí realmente pintando durante nueve horas una pared”
El viaje, que inicialmente iba a durar tres meses, se convirtió en uno de ocho cuando, visitando a una amiga en Turquía, consiguió trabajo como diseñadora gráfica en una empresa. Ahorró más plata y regresó a Europa para conocer otros países a los que no había ido antes; después, volvió a Buenos Aires “sin un peso”.
Ese viaje por Europa, ¿influyó en como haces arte? Sí, un montón. Mucho de los mapas que hago ahora salen de ese viaje; muchos de los recorridos que trabajo también. Tengo un proyecto que se llama “Recorridos, recorridos”: tomé todos los mapas que me traje y marqué el recorrido lineal que yo hice con rosa; los calé en papel y los pase a vinilo para hacer joyas. También los uso en las estampas de la ropa que hago. Empecé a extraer formas de cómo sería un mapa si solo marcara mi recorrido; también lo hice en Buenos Aires. Así, llevé la calle más allá.
Es un viaje del que aún hoy en día sigo sacando información. Me ayudó a ver ciertas cosas desde otro lugar: como lo de la calle, la relación tiempo-espacio, lo que pasa con la indumentaria en esos lugares en Europa, la idea de sentirse anónimo cuando uno está en un país que no es el suyo – este concepto de camuflarse –.
“La indumentaria, mientras, quedó suspendida”
¿Cómo empezaste a hacer murales? En Turquía hice uno. Cuando volví, me di cuenta de que la calle era algo que tenía que experimentar; volví decidida a pintar murales. A la vuelta, me quedé en lo de mis viejos porque no tenía plata para mudarme. Ahí, en Carapachay, había muchas paredes libres, pero nada de murales; entonces, dije “puedo trabajar un poco y lo que gano invertirlo en pintura; conozco a la gente del barrio, tengo vínculos para pedir paredes”. Pensaba “si necesito practicar, que mejor que hacerlo en un lugar que conozco”. Así que le pedí la pared a una amiga, en el centro. Al principio no entendía por qué era importante para mí pintar esa pared; tardó unos meses, pero finalmente me dijo que sí. Fui, pinté y se abrió una puerta: me descubrí realmente estando nueve horas pintando una pared. La gente paraba a preguntarme qué hacía y se generaban charlas muy interesantes; sobre todo con los niños y los más adultos, que son los que no tienen vergüenza. Ese lugar de interacción con la gente durante ese tiempo cuando pintás en la calle es lo más rico; y no pasa cuando pintás en tu casa.
Después mi papá me consiguió otra pared y, después de varios murales, corrió la voz y empezaron a contratarme para que haga murales en bares, casas, etc. Y eso es lo que sigo haciendo ahora.
En tus murales, generalmente, pintas cuerpos sin rostro, con rostro de animales o de paisajes, ¿cuál es la inspiración detrás de este concepto? Cuando recién empecé con el taller de Diego Perrotta, comencé a hacer una serie de personajes con cabeza de animales. Tenía un concepto de lo ideal de un rostro, de una persona; quería sacarlo de lugar y poner rostros de animales me ayudaba a transmitir lo que quería. La pregunta que quería generar era “¿qué tal si no fuera como tiene que ser?”.
La chica sin rostro partía de la idea de lo anónimo y de camuflarse en el espacio, y de cómo es difícil mostrar la totalidad de alguien al retratarlo. Después, en lugar de pintar un rostro, pintaba un paisaje: el concepto es que, si yo no me puedo ver mi rostro nunca, lo que veo es mi paisaje, lo que tengo adelante; entonces, si yo tuviera que dibujar mi rostro, dibujaría un paisaje. Es la idea del no-rostro.
Este año, participaste del México Fashion Week, ¿cómo fue la experiencia? Increíble. Creo que era necesario pasar por eso para darme cuenta de un montón de cosas y ponerme en acción. Yo venía haciendo ropa – tenía cinco básicos y los vendía –, pero no lo tomaba tan en serio. No era algo que me diera full time dinero.
Empecé este proceso de volver a conectarme a full con la indumentaria, y a dejar un poco de lado los murales. Me pregunté “¿qué es lo que quiero mostrar yo?”. Como venía muy conectada con el arte y encontrar una fundamentación, un concepto, vi a la indumentaria como algo más dentro de eso. El límite entre la prenda y la obra no existe para mí: la prenda es una obra de arte. En mi perchero, hay prendas que son un producto y otras que son hechas desde un lugar de experimentación.
La experiencia me abrió un montón de puertas; me salieron oportunidades de trabajo desde México, gente con la que colaborar. También salió una nota en Vogue Italia y, para mí, eso fue increíble: desde que empecé a estudiar indumentaria, salir en Vogue era un sueño; y, más allá de todo lo que había pasado, seguía siéndolo. Era la única argentina en el desfile y me eligieron a mí dentro de todos los mexicanos, dentro de toda la cantidad de gente que había. Me pusieron un acento y eso me dio más ganas de hacer; me di cuenta de que no era cualquier cosa porque decían lo que yo quería transmitir, se entendía.
¿Cómo obtuviste la oportunidad de participar en el desfile? Gané un premio (se ríe). Esto es muy bizarro pero te lo voy a tener que contar: participé de un reality en Telefé que se llamaba La Colección. Tardaron dos años en darme el premio: al principio, la idea era hacer un evento acá, pero pasó tanto tiempo que decidieron mandarme a algo ya armado.
Entre los murales, la ropa, las pegatinas y los demás proyectos, se podría decir que sos multifacética, pero ¿qué término usas vos para definirte? Siento que artista o artista visual engloba todas las partes de lo que hago. Pero este año volví a hacer indumentaria y encontré en ella ese lugar donde unir el arte con la ropa. Es diseño y es para vender, pero lo veo como otra forma de expresar lo que quiero decir. Suelo presentarme como artista y diseñadora; hago las dos 100% al mismo tiempo. Porque además se mezclan: los murales están en la ropa, las pegatinas también. Ahora todo se mezcla y tiene sentido. Uno retroalimenta al otro y me ayuda a encontrar otras formas de expresarme.
“El límite entre la prenda y la obra no existe para mí: la prenda es una obra de arte”
¿Qué tres palabras usarías para definirte a vos misma? Estas cosas son re difíciles (se ríe). Multifacética, curiosa y… enamoradiza, porque el amor me pega fuerte.
Si no fueras lo que sos, ¿qué te gustaría ser? Me hubiera gustado ser chef. Me parece que es un mundo que tiene mucho de artista. La serie Chef’s Table la miro para que me descontracture la cabeza, es inspirador. Tienen una búsqueda tan puntillosa de ciertas cosas que me flashean la cabeza; podés sacar cosas para trabajar en el arte, desde el color, la forma de componer, etc.
Igual, no me veo siendo otra cosa que no sea lo que soy. O, sino, algo nada que ver, como algo que me haga viajar: podría haber estudiado relaciones internacionales, pero no sé si me hubiera ido muy bien (se ríe). Aunque el arte también te puede llevar a viajar. Es más, tengo ganas de hacer una residencia el año que viene, de llevar la obra a otro lado.
¿Qué serie recomendás? Esa, Chef’s Table.
¿Qué película recomendás? Frances Ha.
¿Qué libro recomendás? Uno que me gusta muchísimo y que tengo siempre en mi mesa de luz es El infinito de viajar, de Claudio Magris. A veces me cuesta poner en palabras ciertas cosas y, cuando leí su libro, sentí que nadie podría haber descrito mejor la situación de viaje.
¿Cuál es el mejor consejo que recibiste? Se me viene a la cabeza la frase “si no es ahora, ¿cuándo?”. Seguro alguien me la dijo alguna vez.
¿Qué consejo le darías a alguien que quiera adentrarse en el mundo del arte? Que confié en la intuición de lo que te sale hacer. A veces no hay que pensar tanto; hay que focalizar a dónde uno quiere ir y accionar. Hay que trabajar duro.
¿Tenés algún referente? Rei Kawakubo me marcó mucho en la carrera. Ella plantea un nuevo cuerpo desde la indumentaria y eso siempre me resonó.
Pensando en referentes más bajados de colegas, está Francisca Kweitel, que fue mi profesora de tesis y después siguió mi proceso; es mi mentora y sabe qué preguntarme para que yo pueda poner a trabajar mi mente.
Después, hoy en día estoy investigando el tema del amor y el tiempo y me gustan algunos artistas que siento que trabajan eso. Me gustan Miranda July y Marina Abramović.
¿Cómo definirías tu estilo? Es bastante free style, pero dentro de eso bastante organizado… o por lo menos trato que lo sea (se ríe). Creo que es muy movido; tengo tantos proyectos diferentes que va cambiando con el día a día. Pero, dentro de eso, igual trato de mantener una rutina para trabajar ordenadamente. Me gusta que mi estilo sea variado.
¿En qué proyectos estás trabajando ahora? Estoy con lo de la ropa: le hice un Instagram especifico a la marca, para organizarme y que se entienda que se puede comprar lo que hago; también estoy trabajando en dos murales: uno lo arranco esta semana y el otro la que viene. Además, estoy yendo a una nueva clínica de obra con Diana Aisenberg y ahí estoy indagando los temas del amor y el tiempo: todavía los veo como conceptos muy generales y estoy tratando de afinarlos, ver qué es lo que me interesa de cada uno. Estoy con el proyecto de Mapas del Amor, sigo puliendo por ahí.
¿Y cómo te ves de acá a 5 años? Me veo todavía trabajando en el arte, en los murales; también en la ropa pero más avanzado, habiéndole dado más curso. Me imagino en un taller más grande, con un equipo de trabajo que me ayude a que esto llegue a otro nivel.
¿Qué es el éxito? Poder vivir de lo que te gusta hacer. Que tu trabajo sea lo que vos hacés, que no haya una diferencia.